Últimamente veo circular por las calles, cada vez con mayor frecuencia, automóviles que llevan inscripciones religiosas del tipo: “Cristo 100%”, “Yo sigo a Jesús, ¿y vos?” y otras similares, puestas en el parabrisas posterior.
No tengo nada en contra de las leyendas de este tipo, al contrario, las prefiero a otras que son claramente agresivas, ofensivas y de mal gusto. Sin embargo, ocurre algo muy curioso.
Creo que todos los que leemos estas frases, estos carteles de santidad, automáticamente, observamos al conductor del móvil que las exhibe y casi inconscientemente esperamos que el individuo en cuestión, maneje de forma “santa”, “cristiana”, o por lo menos educada y considerada. Uno espera que sean especiales, mejores, distintos al resto de los conductores, o que se destaquen por sus buenas maneras, por el sólo hecho de llevar propaganda cristiana.
La experiencia, nos muestra una realidad tan distinta, que llega a ser chocante. Existe un notable contraste de sentidos. El mensaje que queda flotando no es tan beatífico, es algo así como: “Yo sigo a Cristo, pero sal de mi camino, de lo contrario, te llevaré puesto, viejo”, o “Soy cristiano e intolerante, así que no me busques, porque me vas a encontrar”.
Lo que quiero decir, es que la conducta de los que nos muestran estos enunciados tan piadosos, es totalmente opuesta a los principios de los que hacen alarde. Esto despista a cualquiera, por el contrasentido, “Mira lo que digo, pero no lo que hago”.
Todo esto me lleva a pensar que algunas personas ponen en sus autos estos carteles, sólo llevados por un impulso, no se trata de algo que nace de una profunda convicción, como debiera ser.
Me causa pena que se den así las cosas. Ojalá los seres humanos fuéramos más consecuentes y de paso, más nobles… como decía mi tía: “Para pedir, hay que pedir bien”.