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domingo, 13 de junio de 2010

Hablamos mucho, decimos poco…

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Muchas personas piensan que las palabras charlar y conversar son sinónimas, o significan prácticamente lo mismo. Nada más alejado de la verdad.

Charlar, significa hablar mucho, sin sustancia o por mero pasatiempo. En inglés: chatear, lo que es igual a hablar mucho y decir poco. Es una práctica común, pero que no deja casi nada en limpio, pues no se tratan temas relevantes o profundos, sino todo lo contrario, son superficiales e insignificantes. Como diría Inodoro Pereyra (Fontanarrosa): livianos y pasatistas.

El conversador, en cambio, es una persona que sabe hacer ameno e interesante lo que expresa. Se trata, la conversación, de una verdadera comunicación, que tiene sustancia, contenido, calidad, no es utilizada tan sólo para matar el tiempo. En este caso, el relacionamiento es más elevado, puesto que los temas que se eligen, también están en concordancia.

De cada uno depende que la comunicación sea verdaderamente eficaz y satisfactoria, para lo cual se hace necesario, ponerse en el lugar del otro, y saber escuchar.

Para el hombre, es indispensable tener conversaciones intensas, de esas en donde se desnuda el alma, se descargan las penas y se dice todo lo que realmente se piensa. No en vano, las salas de espera de psicólogos y psiquiatras, están llenas de individuos que acuden a ellas, en busca de alguien que los escuche de verdad y con total atención.

Según los expertos en relaciones humanas, la soledad será uno de los problemas más graves de estos tiempos. ¿Increíble, no es así? , hablar de soledad, con tantos medios a nuestro alcance, con tanta tecnología para hablar y estar más cerca, sin necesidad de estarlo.

Disponemos de millones de celulares, de ordenadores, de sofisticados y rápidos sistemas de conversaciones inmediatas y en realidad, no nos comunicamos de verdad, en el fondo, seguimos aislados. Es algo difícil de entender.

Creo que la clave está en la sutil, pero contundente diferencia que existe entre las palabras “charlar” y “conversar”, si lo comprendemos, habremos dado un paso al frente para mejorar y reivindicar el verdadero placer de una buena comunicación.

domingo, 30 de mayo de 2010

La mirada exploradora

Torre 4 

 

Los seres humanos tenemos la costumbre de mirar lo que se encuentra a la altura de los ojos, en menor proporción lo que está por debajo y, casi nada, lo que está más arriba.

Los animo a que realicen un sencillo experimento: la próxima vez que salgan de vuestras moradas para ir a trabajar, a estudiar, al supermercado, viajar, o simplemente vagar, traten de mirar para arriba. Seguramente esta tarea les insumirá algo de esfuerzo, pues estarán rompiendo con el viejo y muy arraigado hábito de visualizar sólo lo que está al mismo nivel de los ojos, a esto los fotógrafos llaman “Angulación horizontal”.

Salgamos con un espíritu aventurero a la calle, al exterior. Créanme que si no lo hicieron antes, o por lo menos en forma consciente, se sorprenderán al descubrir un mundo nuevo compuesto por techos, edificios de varios pisos, balcones, terrazas, copas de árboles… miles y miles de detalles que antes habían escapado a nuestra mirada. Novedosos paisajes urbanos abrirán sus puertas como recién inaugurados. Aunque siempre estuvieron allí, no los veíamos pues estaban fuera de nuestro campo visual, para ser más precisos, diremos que se encontraban fuera de encuadre.

Tal vez a algunos le parezca algo intrascendente toda esta cuestión, pero a otros, y me incluyo, les fascinará observar, por ejemplo, las formas raras que adoptan las plantas al ganar altura, el diseño deslumbrante y original de algunas construcciones, la coquetería de ciertos balcones, los diversos ángulos, colores y formas de los techos, las aves que en ellos retozan… en fin, todo un panorama interminable para advertir y percibir.

Es cuestión de desplegar una nueva perspectiva que permita, a esta nueva mirada inquieta, revelarnos lo que siempre existió sin que lo hayamos visto antes.

domingo, 17 de mayo de 2009

Tomar las riendas


Las personas tenemos la capacidad de escoger la actitud y conducta a seguir. Por eso es inútil culpar a los demás por las cosas que nos suceden. Si siempre buscamos “responsables externos”, retrasaremos o estancaremos indefinidamente el avance hacia la madurez tan anhelada.

Hacerse cargo significa asumir las responsabilidades de los resultados de las acciones que llevamos a cabo. ¿Existen influencias ajenas?, puede ser, siempre las hay, de eso se trata la vida, pero en definitiva somos nosotros los que abrimos o cerramos las puertas. Tenemos, absolutamente, SIEMPRE la última palabra: SI o NO.

Dentro de nosotros mismos está la clave, la llave, el sentido y la dirección. Y como cierre les dejo un pensamiento de Robert Green Ingersoll: “En la vida no hay premios ni castigos sino consecuencias”.

sábado, 14 de febrero de 2009

Odiosos por placer...


Hace unos días hablábamos con Silvia, una compañera de trabajo, acerca de un colega que llama la atención porque siempre está de mal humor, además no pierde ocasión alguna para hacer sentir mal a los demás. Como si disfrutara haciendo sufrir a sus semejantes. Nos preguntábamos qué lo habría llevado a comportarse de esa manera tan ríspida con el prójimo.
Silvia dijo que el carácter perverso tal vez era el resultado de una mala infancia o el hecho de haber soportado muchas experiencias traumáticas y poco felices.
No estoy de acuerdo con eso y les contaré la razón. Conozco a una buena cantidad de personas que sobrevivieron a situaciones absolutamente adversas y desagradables, hasta pareciera que en algunos casos la vida se hubiera ensañado con estos individuos. Sin embargo, resultaron personas de bien, algunas inclusive con una nobleza de espíritu tan grande, que despertarían la admiración de cuantos las conociesen. Por eso, creo que el hecho de no haber tenido una buena vida, no es pretexto para ser una mala persona.
Todos pasamos por circunstancias hostiles a lo largo de nuestra existencia, y eso no implica que nos transformemos en seres detestables y malvados. Afortunadamente son muchos los que a pesar de haber sufrido, sacan lo mejor de sí y lo comparten con los demás. Esas son las personas que hacen la diferencia, que merecen ser recordadas y tenidas en cuenta. Los otros, creo que sólo son odiosos por el placer de serlo. No es una conclusión agradable, pero es real.