
Hay un viejo dicho que expresa más o menos lo siguiente: “cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro”. Sabias palabras, porque la fidelidad del perro no tiene límites ni sabe de agachadas, en cambio, de los seres humanos, no sabemos a ciencia cierta hasta donde llegará su lealtad y compromiso. Este es uno de los enigmas no resueltos que tengo como asignatura pendiente.
Ayer hablábamos con Clara sobre nuestras conductas y personalidades y ella me preguntó si consideraba que yo estaba bien y no necesitaba cambiar algunos matices de mi forma de ser.
Le contesté que no estaba satisfecho con varios aspectos de la manera de llevar adelante mi vida. Ante su requisitoria, le conté que, dentro de lo que consideraba que necesitaba modificar, estaban la intolerancia y la ansiedad, entre otras particularidades.
La ansiedad por hacer todo bien, lo mejor posible, pero rápido, contra reloj, apurado. Como si estuviese compitiendo. Muchas veces quiero imprimirle velocidad a lo que estoy ejecutando sin tener bien en claro lo que haría con el tiempo que pudiese ganar.
La intolerancia es hacia determinadas personas, sobre todo cuando presiento en ellas hipocresía e impostura. Mi actitud, en esos casos, es cortante y terminante, cuando lo correcto sería hacerles notar su presunta equivocación e intentar que, en caso de existir, la corrijan. Realmente me gustaría muchísimo poder darle una segunda oportunidad a algunos amigos a los que extraño mucho y de los que me he alejado por ser como soy, un intolerante.
Lo de la ansiedad no creo que me cueste mucho modificar mis actitudes, creo poder conseguirlo si es que me propongo. Por el lado de la intolerancia, del tipo que me afecta, no será fácil porque el miedo a quemarme otra vez con la misma llama me coloca en una situación de indecisión. El temor a una nueva decepción y a un nuevo sufrimiento me ha cubierto con una coraza que será difícil de romper.
Quisiera renovar el crédito a muchas personas que, tal vez sin mala intención y sin darse cuenta, supuestamente me han fallado y no quedarme solo, acariciando a un perro. ¿Quién garantiza el éxito de la operación?
Pepe 2009.-