Cuando tenía 14 años, una tarde tuve que salir a comprar unas cositas que me faltaban para completar un trabajo práctico del colegio secundario. Mi familia pertenecía a la clase media, y ese año nos tocó pasar por momentos difíciles, económicamente hablando, de modo que siempre “andaba con lo justo”, término que usamos quizás con demasiada frecuencia los que vivimos en este lado del planeta Tierra. Teníamos un vehículo para movilizarnos, pero lo usaba mi padre en su trabajo, de modo que el transporte colectivo (ómnibus) era casi como mi segundo hogar.
Al terminar las compras previstas, noté que me había excedido en los gastos, así que tendría que volver caminando a mi hogar, distante unas 23 cuadras del centro comercial donde me encontraba. No me preocupé tanto, pues aunque el cielo amenazaba lluvia inminente, había llevado piloto (impermeable).
Al poco tiempo de emprender el retorno, se desató la tormenta. La lluvia fue mucho más copiosa de lo que esperaba, las calles se inundaron y yo estaba totalmente empapada de pies a cabeza. La trayectoria se hacía interminable, todos los elementos adquiridos se arruinaron por causa del viento y el agua. Los rayos continuaban cayendo y eran bastante atemorizantes, pero eso no fue lo peor para mí. El tema estaba en cómo me sentía. Nunca olvidaré las cosas que pasaron por mi mente en aquellos momentos. Me veía como la criatura más infeliz, desamparada y miserable del universo. Observaba pasar los vehículos con las personas en su interior, seguras, cómodas, acompañadas… contenidas. (Continuará)
Al terminar las compras previstas, noté que me había excedido en los gastos, así que tendría que volver caminando a mi hogar, distante unas 23 cuadras del centro comercial donde me encontraba. No me preocupé tanto, pues aunque el cielo amenazaba lluvia inminente, había llevado piloto (impermeable).
Al poco tiempo de emprender el retorno, se desató la tormenta. La lluvia fue mucho más copiosa de lo que esperaba, las calles se inundaron y yo estaba totalmente empapada de pies a cabeza. La trayectoria se hacía interminable, todos los elementos adquiridos se arruinaron por causa del viento y el agua. Los rayos continuaban cayendo y eran bastante atemorizantes, pero eso no fue lo peor para mí. El tema estaba en cómo me sentía. Nunca olvidaré las cosas que pasaron por mi mente en aquellos momentos. Me veía como la criatura más infeliz, desamparada y miserable del universo. Observaba pasar los vehículos con las personas en su interior, seguras, cómodas, acompañadas… contenidas. (Continuará)
6 comentarios:
Sola en medio de una inclemencia de madre natura...sí, me pasó dos veces también, una con una tormenta como la que contás y otra con una ventolera hace un par de años acá.
Sí, parece que nos conocemos hace tiempo y que algún movimiento de los hilos del destino han hecho que nos pasen cosas similares.
Besos...espero la continuación.
¡Y claro! yo también me he sentido así bajo la lluvia y sin plata.
Espero la continuación.
Besos.
P/D: la palabra de la verificación era "coman", ¿qué nos habrá querido decir?
La Madre Naturaleza siempre impone. Jamás se me olvidan los dos terremotos (grandes) por los que he pasado, uno en Montreal (6,5) y otro en MéxicoDF (7,2).
Me sentí muy pequeño, aunque tenía más de 14 años.
Clari!! quiero la segunda parte!!
Besos. Bellota
Abrujandra: a veces sucede que cuando uno cuenta las cosas, no parecen tan graves. Pienso que lo realmente serio es el estado al que nos llevan determinadas situaciones, es decir, lo que movilizan dentro nuestro.
Mariela: ¿es feo, no?... una sensación de desamparo total... el famoso pollito mojado que le dicen.
¿Coman?... habrá que hacerle caso.
Pedro: justamente, es lo que estaba pensando. Quizás, en esas situaciones traumáticas uno sufre lo que se conoce en la jerga psicológica como "regresión", un retono a la niñez.
¿Dos terremotos?, eso seguramente te habrá marcado, ¿no?
Paula y Bellota: está en camino... es un pedacito de mi vida.
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